Y llegó el positivo…

 

Desde que empezó esta terrible pandemia, he vivido preocupada por las personas de alto riesgo que me rodean.

He extremado al máximo las precauciones y he seguido al pie de la letra todas las recomendaciones sanitarias. Los únicos riesgos que era consciente que estaba corriendo, son los que te imponen y tienes que asumir sin más opción.

Y por aquí llegó el contagio.

No voy a entrar una vez más en quejarme de los protocolos, las cosas incomprensibles o lo que se debería hacer y no se hace, porque ahora mismo ya no me quedan fuerzas ni para protestar.

Después de casi dos años luchando, para que el coronavirus no nos afectara, me llegó el turno. Ahora mismo estoy pasando la enfermedad.

Son muchas las personas que se están preocupando por mi estado de salud y me preguntan cómo me siento y que es lo que noto.

A las cuales les agradezco su preocupación  desde aquí y le pido disculpas a las que están en las redes sociales, que en estos días no he podido atender.

En este post quiero describir lo que está suponiendo para mí este proceso, tanto físico como psicológico y contaros como lo estoy viviendo.

Hay mil versiones de cómo te sientes cuando tienes el virus, pero no lo puedes llegar a comprender hasta que no está en tu cuerpo.

Los más afortunados lo describen como un resfriado, les pierden el miedo y el respeto en muchas ocasiones. Se sienten superior a él, por haberlo superado y no sucumbir a su destrucción. En el lado opuesto está el que no lo ha superado y desde su nueva fase de alma sin materia, siente que perdió la batalla. Luego están los que pasan la enfermedad en condiciones muy grabes, con secuelas y con mucho sufrimiento, también está el que cree que no existe ninguna enfermedad y los enfermos son de mentira.

A mí el virus me ha atacado en un grado intermedio y aunque lo estoy pasando muy mal, por mi condición de no soportar estar parada, sé que soy afortunada de no estar entubada en un hospital.

A nivel físico ves como en pocos días tu cuerpo se convierte en el de una muñeca de trapo, que no es capaz de levantar un litro de agua, sin que te fallen las fuerzas. Empiezas con una leve tos, pero te encuentras bien, en cuestión de pocas horas la fiebre empieza a subir rápidamente, un dolor insoportable invade tu cabeza. Lo primero que piensas es en aislarte, para proteger a los demás. Te pones la mascarilla en casa y te separas de tu entorno, piensas que será como dice la mayoría de la gente que lo ha pasado, que la variante Ómicron es “un simple resfriado” pero con el pasar de las horas te das cuenta de que no te sientes así.

Mi siguiente síntoma fue las piernas, al andar sentía como si me hubiera atravesado una lanza la planta del pie y ese dolor me recorría toda la pierna hasta culminar en la cadera. Esa noche me despertaban las punzadas en los músculos de las piernas.

Los tres primeros días la fiebre se ensañó conmigo. Recuerdo una noche que me tome la temperatura y tenía más de treinta y nueve grados, pero no paraba de temblar de frío, a pesar de llevar cuatro camisetas, mis manos estaban heladas y mi cuerpo quemaba. Poco a poco empecé a notar como daba unos temblores más fuertes de lo normal, intenté volver a coger el termómetro y no era capaz de cogerlo. Mis brazos no me respondían y al levantar la cabeza de la almohada, llegó como un repentino sueño de pocos minutos y no recuerdo que ocurrió. Imagino que sería una breve perdida de conocimiento provocada por la fiebre.

Algo tan necesario como una ducha, se convirtió en una misión de supervivencia. No conseguía mantenerme de pie y cada tres minutos tenía que sentarme en el suelo, porque sentía como estaba a punto de desvanecerme. Un ruido ensordecedor invadía mis oídos y de repente todo se volvía oscuro, solo sabía que tenía el tiempo suficiente para sentarme en el suelo y no caerme. La ducha se volvió eterna, después de tener que sentarme varias veces en el plato ducha y esperar a recuperarme, conseguí terminar de bañarme.

A los tres días la fiebre empezó a remitir un poco, ya no tenía tanta temperatura y eso mi cuerpo lo agradecía, pero ahora empezó a llegar los problemas al respirar. Poco a poco una tarde empecé a notar como si la habitación estuviera llena de polvo, intentaba respirar profundo y era como si mis pulmones hubieran encogido y no consiguiera llenarlos de aire. Salí al patio, parecía que tenía menos sensación de estar respirando polvo, pero seguía teniendo la misma de falta de aire, que incluso me dificultaba poder hablar. Intentaba expresarme y me ahogaba, hablaba como si hubiera terminado de correr un kilómetro a toda velocidad.

Esa noche me vieron en urgencias y mis pulmones se habían inflamado, ahora empezaba otra fase con más reposo y tratamiento con corticoides. Pero los días van pasando y la recuperación es muy lenta.

 

Puedo hablar mejor que el primer día, pero no soy capaz de andar cuatro metros sin marearme, las rodillas no son capaces de sujetar firmes mi cuerpo al caminar. Me desplazo haciendo movimientos lentos, porque cualquier distancia se me hace enorme. Posteriormente, empecé a tener presión en el pecho, que empeoraba con el movimiento, los latidos de mi corazón se disparaban, pero mis pulsaciones eran normales. Era la sensación de que el corazón se iba a salir por la boca, lo que se conoce como palpitaciones. Los dolores de cabeza son constantes durante todo este proceso, pero no es un dolor típico. Hay momentos en los que parece que dentro de tu cabeza hay un Alíen que lucha por salir intentando atravesar tu frente. De repente se te adormecen las mejillas y la presión dentro de tu cabeza aumenta, hasta que de buenas a primera empieza a aflojar y parece que el “Alíen” se ha cansado de empujar, para darte un breve descanso. Hasta que se recupere y empiece a torturarte otra vez.

Estos son algunos de los síntomas físicos resumiendo muchísimo, pero no queda ahí la cosa.

Soy una persona que me gusta analizar cualquier emoción o sentimiento para poder identificar señales en las cosas más insignificantes. En estos días también noto como psicológicamente hace estragos en tu mente esta situación.

Te sientes desconcertada, ya que en cada momento estás teniendo nuevos síntomas. Intentas mantener la calma y asumir la normalidad que tiene el proceso vírico, pero no puedes evitar tener miedo cada vez que aparece un nuevo síntoma, que te hace sentirte aún peor.

Por mucho que intentes pensar que es un virus, que va a vivir con nosotros y nos tenemos que adaptar, no puedes evitar recordar que todo es relativamente nuevo y tanto la ciencia como nosotros, vamos aprendiendo día a día y aún no hay certeza de muchas cosas referente a esta enfermedad. Es imposible no estar desconcertada a la espera de la evolución, que se demora tanto.

La impaciencia empieza a invadirte, ves que llevas más de diez días sin gran mejoría y en ese momento pierdes la esperanza que te intentan dar tantas personas a las que escuchaste decir “no te preocupes, que solo te encuentras mal dos o tres días”

Cuando te dicen que eres positivo y todavía no te encuentras muy mal del todo, te autoconvences de esas palabras, poniendo en ellas toda tu fe y deseas que tu caso sea así. Con el pasar de los acontecimientos te das cuenta de que tu historia no es de este modo, y después de una semana, el médico te dice que tengas paciencia y que el proceso puede durar mucho más tiempo. Mantener la calma mentalmente es un factor muy importante en cualquier proceso y más en las enfermedades. Pero cuando eres una persona tan activa, que un día de reposo para ti es un suplicio, al llevar más de una semana sin que tu cuerpo te permita caminar veinte pasos seguidos y que únicamente te queda la certeza de que debes seguir en reposo, tu mente empieza a flaquear. Sientes que no te apetece nada, no puedes ocupar tu mente con el trabajo, porque el dolor no te permite utilizar el ordenador o el móvil. Notas como tu estado de ánimo se va apagando y cada vez te cuesta más concentrarte en mantener la paciencia. Hoy es el primer día que consigo centrarme un poco más para poder terminar el post, lo empecé antes, pero no conseguía estar mucho rato delante del ordenador.

La frase que hemos oído millones de veces, de que este virus te obliga a parar tu vida, es totalmente cierta.

Ahora que no tienes más remedio que frenar en seco y es obligatorio reflexionar si merece la pena vivir tan estresado, queriendo hacer millones de cosas al día.

Todo es tan frágil como una delicada flor, que cuando todo está en calma, la vemos en su rama y nos parece fuerte y segura, pero una gran racha de viento puede destrozar su existencia. Pues la vida es igual. Cuando todo va bien, no somos conscientes de que hay cosas insignificantes que pueden poner patas arriba todo nuestro mundo.

Cuidaros mucho y espero volver pronto a estar al pie del cañón, para seguir compartiendo experiencias con vosotros.

 


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